La lluvia caía sobre la ciudad como si intentara lavar sus pecados. Ana cruzaba las avenidas iluminadas por faroles sucios, con la carpeta de su abogado apretada contra el pecho. Hacía seis meses que su esposo, Tomás, había sido asesinado a quemarropa en el estacionamiento de su trabajo. Desde entonces, cada noche era una reconstrucción mental de aquel crimen.
La policía había archivado el caso como un asalto fallido. Pero Ana no creyó en casualidades. Tomás nunca llevaba efectivo, y los ladrones no se llevaban relojes baratos.
Contrató a un investigador privado. Lo siguió todo: llamadas, grabaciones de seguridad, transacciones bancarias, correos borrados… Cada pista la llevaba a la misma dirección: su hermana menor, Laura.
Ana pensó que enloquecía. Crecieron juntas. Compartieron secretos, la habitación, los libros, la infancia rota tras la muerte de sus padres. Y sin embargo, los documentos no mentían.
Una mañana gris, se enfrentaron en el departamento de Laura, en el piso 21 de una torre de cemento y vidrio. Ella no negó nada. Solo dijo: —Nunca lo entenderías. Él me iba a dejar sin nada. Y tú no sabes lo que es vivir con miedo.
Ana se quedó de pie, sintiendo que el corazón no latía sino que temblaba. No gritó. No lloró. No dijo su nombre.
Solo salió al pasillo, y dejó que la ciudad se tragara sus pasos.
En su departamento, Ana encendió la radio solo para no escuchar su propia respiración.
La ciudad seguía viva, impune, como si el dolor ajeno no tuviera peso.
Se sentó frente a la ventana y observó los autos, cada farol rojo como una gota de sangre suspendida.
El mundo seguía, pero algo en ella había quedado atrás.
No fue justicia lo que sintió, ni alivio.
Solo un vacío seco, como de tierra removida.
No sabía si denunciaría a su hermana, si la enfrentaría de nuevo, o si la olvidaría para siempre.
Pero esa noche, Ana supo que la verdad no siempre libera—
A veces, solo deja en silencio lo que ya estaba roto.

(Cuento creado por Arica Hoy y la IA (Inteligencia Artificial)